Pertenecemos a un lugar de la memoria al que estamos constantemente
regresando. Es el viaje que da sentido a la vida. Por eso nos reconocemos fácilmente
en la exploración seductora de nuestra infancia, aquellos años que vivimos en
una despreocupación placentera. Si además a uno le toca un padre ausente,
exiliado en tiempo de guerra, hundido en otro mundo, apartado de su mujer y sus
hijos, que es médico itinerante y total (desde el parto hasta la autopsia) por
la naturaleza abierta del África occidental, como es el caso del escritor
francés J.M.G. Le Clézio, un padre con el que se encuentra a los ocho años al
mismo tiempo que con la selva y la sabana y con nuevos amigos procedentes de
las tribus de los ibos y los yorubas, ese pasado recurrente se convierte entonces
en algo más, en memoria literaria, con los ingredientes necesarios para culminar
en un libro completo, como es el caso.
En esta ruta literaria que nos
lleva hasta El africano, el gran
pequeño libro de Le Clézio, leemos el
recuerdo de un hombre y un tiempo y la hermosa descripción de un lugar de
horizontes lejanos, cielos vastos y extensiones inabarcables, praderas de
hierba y montañas por donde durante el día se caminaba, a pie o a caballo,
sintiendo la libertad, y por la noche se dormía al raso, bajo un árbol o
colgando la hamaca en una choza de barro seco y hojas.
Al mismo tiempo, la extrañeza, la dureza de la mirada, la severidad del
aspecto de ese padre señalado por la vida africana, por el clima ecuatorial,
por el contacto directo con los que sufren, dejan también su huella emocional
en la escritura de Le Clézio, como si estuviese fijada en un sueño o en una
búsqueda. Por lo tanto, se trata de un acercamiento a la vida salvaje, pero no
más salvaje que la de París, pero también de un recuerdo sentimental, todo ello
hermosamente narrado con verisimilitud, descrito con una capacidad expresiva que
parece emanar de la parte africana del propio autor y que apenas permite que
nos distraigamos brevemente en la contemplación de algunas imágenes en blanco y
negro que ilustran los capítulos de este bello testimonio de aventura y
admiración filial. Aunque sean imágenes nostálgicas y evocadoras tomadas con
una vieja cámara Leica con fuelle por
el mismo padre del autor en su amargo exilio africano. Porque preferimos
ilustrarnos leyendo, preferimos viajar, palabra a palabra, hacia pueblos cuyos
nombres nosotros también debemos anotar en los mapas para ser recordados. No en
vano, a J.M.G. Le Clézio se le otorgó el Premio Nobel en 2008, entre otras
cosas, por ser un explorador de la humanidad, dentro y fuera de la sociedad
dominante.