domingo, 11 de octubre de 2015

EN UN HOTEL BARATO DE CEILÁN


   Crees que vas a hacer un viaje, pero enseguida  el viaje es el que te hace, o te deshace. Eso decía Nicolas Bouvier y desde que pudo no dejó de viajar por los caminos del mundo. Veinticinco años después de su alucinante estancia de siete meses en un cuarto barato en la isla de Celilán (la actual Sri Lanka) publicó El pez escorpión, un libro imprescindible que parece escrito con la delicadeza y la precisión de un entomólogo, el eco rescatado de aquella aventura existencial. De su experiencia en medio de un largo viaje desde Venecia, mientras aguardaba para seguir hasta Japón, nos queda este relato de encuentros banales, el vagabundeo en un océano de gente modesta atenta a sus necesidades y las ensoñaciones febriles de un hombre en la penumbra azul de una isla (su isla ya) de olores vehementes, que para él es un derroche de belleza inútil. Cuanto más leemos, más nos atrapa la necesidad de escribir del autor mientras espera que la salud vuelva, con una jarra de té negro al lado, en medio de una densa selva que todo lo decora y lo devora, tratando de sobrevivir con amargura a lo real y lo oculto. Compartimos forzosamente su peripecia vital, hundidos en el calor húmedo de su memoria hechicera, aliviados de cuando en cuando por el aire marítimo y empapados en los días del monzón. Porque también nosotros, los lectores, desplegamos una geografía propia, una razón para llegar más allá. Es natural.

Bouvier quería viajar para aprender y nadie le había enseñado lo que estaba descubriendo en la isla. A veces es así: se camina sin avanzar, se da vueltas a la mente y se abre un paisaje interior que busca la efímera frescura de lo cotidiano, de lo que sucede, de la isla que buscamos sin saber que ya hemos llegado hasta allí. Viajar es interrumpir la erosión de la vida. Es como si tuviésemos un pez escorpión dando vueltas en un frasco de pepinos preciosamente arreglado con coral y arena fina y de vez en cuando nos acercásemos a él para pegar el rostro al vidrio y liberar los impulsos del corazón. Los días se van así, mirando lo que hemos vivido y procurando atrapar sus ideas a lo largo del camino. Ahora lo sabemos, gracias a la vida viajera de este escritor suizo que parece pesimista en la isla de la sonrisa: basta murmurar un mantra para atravesar la noche como una centella. No se viaja para adornarse de exotismo y de anécdotas. Pero todo será un recuerdo que podremos contar. Hay que ver. Buen viaje.