domingo, 28 de febrero de 2016

LA LEONA QUE VIAJA CONTRA SU DESTINO


   La humanidad no completa la vida. Ni toda la vida es suficiente para llenar el mundo. Pero toda la visión del mundo si puede abarcarse desde una aldea aislada de Mozambique. Así al menos debió pensarlo Mia Couto cuando decidió escribir La confesión de la leona, una novela hechizante. En lugares como ese, construidos con unas pocas creencias arcaicas, todas las mañanas alguna mujer se levanta queriendo ser persona, libre y feliz, dispuesta a interpretar por sí misma los espejismos que crea el calor en la hierba, sin que el rescate de su animalidad sea necesariamente un misterioso acontecimiento que alerte al poblado como lo haría la presencia extraviada de una leona salvaje.

   Es el viaje interior que viene de fuera. La voz que quiere ser: ¿cuándo vamos a decir que no? Los hombres saben que los leones rodean el poblado y siguen mandando a sus esposas y a sus hijas a la huerta y a recoger leña y agua de madrugada. Este libro evoca un paisaje completamente humano. Una injusticia ancestral que no puede ser destino. Después de leerlo, sabemos que no basta con matar a los leones. Es necesario también que una mujer que busca ser amada pueda decidir la profundidad de su deseo: “esta noche hazme sentir miedo de mí misma”. Y es necesario además que, al día siguiente, deje de andar como si la vida fuese su enemiga.

   La leona, la mujer, la modernidad, ¿cuál es la amenaza y quién el último cazador? El autor ha escrito que Mariamar Mpepe, una mujer estéril en la aldea de Kulumani, está doblemente condenada: a tener un único lugar y a ser una única vida. La locura puede ser entonces un refugio temporal hasta que los dioses se distancien de los antepasados para volver a ser mujeres. Nadie podrá matar una ilusión. Confieso yo también que esta lectura me ha devuelto algo parecido al sentimiento salvaje de una leona. Tal vez, cuando el mundo acabe por completarse de vida, no habrá más miedo, sólo sangre de fiera, lágrimas de mujer.