Cuando Claude Lévi-Strauss
escribió Tristes Trópicos aún creía
que la ciencia no era lo suficientemente fuerte para remplazar a la filosofía.
Quizá por eso sus observaciones antropológicas sobre las tribus de Mato Grosso
en Brasil están acompañadas en esta narración retrospectiva de reflexiones
sobre distintas religiones, el marxismo o el existencialismo, así como de
episodios autobiográficos. Leemos entonces la experiencia del contrato social
en un exótico mundo salvaje junto al
pretendido entendimiento del lugar del hombre en el universo, si es que esto
acaba siendo algo más que la naturaleza. Es cierto que la selva desata la curiosidad
intelectual del etnógrafo, pero también lo es que esa curiosidad está estructurada
en la sólida formación académica de alguien que fue hasta allí sin la vocación
de un explorador, quizá con la intención de recolectar mitos con los que explicar
la ausencia de política en la sociedades primitivas. Con la ilusión de
confirmar que siempre será posible resguardarse de la civilización en la
soledad. El trabajo de campo contribuye a esa búsqueda, contactando con informantes
eficazmente escogidos y observando para relatar
detalles como que los niños nambiquaras ignoraban los juegos y se dedicaban a
luchar y dar volteretas, imitando a los adultos, antes de probar con el tiro al
arco. Pero él mismo reconoce que no lo
ha visto todo. Quizá por eso reflexiona honda y magistralmente sobre lo que es
mundo en su memoria resistente. Quizá por eso se atreve a hablarnos del
poblamiento de la Polinesia mientras expone sus estudios sobre los indígenas de
la selva amazónica que visitó hace quince años.
¿Existe la grandeza indefinible
del comienzo, la pureza original? Se preocupa Lévi-Strauss en este libro, que
es también un viaje ilustrado para buscarse a sí mismo en los otros de un lugar
lejano, por lo que pueda venir cuando el arco iris de las culturas humanas
termine de abismarse en el vacío. ¿Qué queda de la utópica sociedad de la
naturaleza de Rousseau? Queda el símbolo y la realidad, me atrevo a concluir,
como una escritura común e infinita: la misma vida, la extraña vida. O mejor,
como dice el autor de este libro radicalmente lúcido, la necesidad de
aprehender la esencia de lo que fuimos y continuamos siendo más acá del
pensamiento y más allá de la sociedad. Si, como afirma, no hay distancia entre
un nosotros y un nada, ¿para qué nos movemos? ¡Adiós salvajes!, ¡adiós viajes!